El Reino del Caimito
1. Adiós, carenaje
En el ocioso agosto, cuando el mar se apacigua
y hojas de islas morenas se adhieren a la orilla
de este Caribe, apago la vela
junto al rostro sin sueños de María Concepción
para engancharme como marino en la goleta El Vuelo.
En el patio agrisado por el alba,
permanecí como una piedra y nada más se movía
salvo un mar glacial que ondeaba galvanizado
y las claveras de las estrellas en la bóveda celeste,
hasta que un viento comenzó a inmiscuirse con los árboles.
Pasé junto a mi hosca vecina que barría el patio
cuando bajaba la colina, y entonces casi dije:
"Barra pasito, bruja, porque ella tiene el sueño ligero",
pero la perra miró a través de mí como si estuviera muerto.
Un taxi se detuvo, las luces de parqueo encendidas.
El chofer levantó mi equipaje con una sonrisa sarcástica:
"¡Esta vez, Shabine, como que te vas de verdad!"
No le respondí al imbécil, simplemente me arrellané
en el asiento de atrás y miré al cielo incendiarse
sobre Laventille, rosado como la camisa en la que dormía
la mujer que abandonaba
y miré el espejo retrovisor y vi a un hombre
exacto a mí, y el hombre lloraba
por las casas, las calles, por toda esa isla de mierda.
¡Que Cristo se apiade de todo lo que duerme!
Desde ese perro que se pudre en Wrightson Road
hasta yo mismo cuando era un perro en estas calles;
si amar estas islas ha de ser mi cruz,
de la podredumbre de mi alma remontará el vuelo;
pero habían empezado a envenenar mi alma
con su casa grande, su carro grande, su gran jolgorio,
culi, negro, sirio y criollo francés,
así que se las dejo a ellos y a su carnaval;
yo voy a tomar un baño de mar, me voy por el camino.
Conozco estas islas, de Monos a Nassau,
un marino de cabeza oxidada y ojos verde mar
que ellos apodan Shabine, jerga para
cualquier negro pelirrojo, y yo, Shabine, vi
cuando estas barriadas de imperio eran el paraíso.
No soy más que un negro pelirrojo enamorado del mar,
recibí una sólida educación colonial,
de holandés, de negro y de inglés hay en mí,
de modo que o no soy nadie o soy una nación.
Pero María Concepción era todo mi pensamiento
al observar el mar levantarse y caer
mientras el lado de babor de los botes pesqueros, yates y goletas,
era pintado otra vez por las pinceladas del sol
que escribía su nombre con cada reflejo;
supe, cuando el atardecer de negra cabellera se puso
sus sedas brillantes al ocaso y, doblando el mar,
se escurrió bajo las sábanas con su risa estrellada,
que no habría reposo, que no habría olvido.
Es como contarles a los dolientes alrededor de la tumba
sobre la resurrección, ellos quieren al muerto de vuelta,
entonces sonreí para mí cuando soltaron amarras
y El Vuelo giró rumbo al mar: "De nada sirve repetir
que el mar tiene más peces. A ella no la quiero ataviada
con la asexuada luz de un serafín,
quiero esos redondos ojos castaños como un tití, y
hasta el día en que pueda recostarme y reír,
esas uñas que cosquilleaban mi espalda en las tardes
sudorosas de domingo, como un cangrejo en la arena mojada."
Mientras trabajaba, observando las deleznables olas
pasar la proa que tijeretea el mar como seda,
juro a todos ustedes, por la leche de mi madre,
por las estrellas que han de huir del hornillo de esta noche,
que los amé, a mis hijos, mi esposa, mi hogar;
los amé como los poetas aman la poesía
que los mata, como los marinos ahogados el mar.
¿Alguna vez al mirar desde una playa desierta
han visto una goleta lejana? Bueno, cuando escriba
este poema, cada verso estará empapado en sal;
voy a anudar cada línea tan fuerte
como las cuerdas de este aparejo; para decirlo claramente,
mi lenguaje ordinario será el viento,
mis páginas las velas de la goleta El Vuelo.
Pero déjenme que les cuente cómo empezó este asunto.
4 - El Vuelo pasa por Blanchisseuse
El atardecer El Vuelo pasa por Blanchisseuse.
Como balas de cañón las gaviotas trazan otra curva en el aire,
y es ámbar la espuma que fue blanca,
el faro y la estrella traban amistad,
en cada playa el largo día termina
y allí, en ese último pedazo de arena,
en una playa desnuda excepto por la luz,
manos oscuras comienzan a jalar la red
del mar oscuro y profundo, tierra adentro, muy adentro.
5 - Shabine descubre la mitad del camino
Hombre, lo primero fue volar a la cocina a la mañana siguiente
a preparar un poco de café; la neblina se levantaba del mar
como el vapor de la cafetera al bajarla
lento, lento, porque no podía creer lo que veía:
en lo que fuera un horizonte de plata,
la niebla se retorcía y se hinchaba hasta convertirse en velas, tan cerca,
tan velas, que se me pusieron los pelos de punta,
era el horror, pero era bello.
Flotamos a través de un bosque susurrante de barcos
con velas secas como el papel, detrás del cristal
vi hombres con la cuenca de los ojos oxidada como cañones,
y siempre que sus tripulaciones medio desnudas pasaban frente al sol,
bajo la piel se transparentaban los huesos
como hojas que la luz atraviesa; fragatas, bergantines,
una desganada corriente los arrastraba,
y encumbrados en sus cubiertas vi famosos almirantes
Rodney, Nelson, de Grasse, oí las rudas órdenes
que ellos daban a los shabines, y aquella selva
de mástiles embistió a la goleta El Vuelo,
y no se oyó más que el rumor fantasmagórico
de las olas susurrando como la hierba con un viento débil,
y la maleza siseante que arrastraban desde la popa;
se alzaban y caían lentamente de este a oeste
como si este mundo redondo fuera una noria enloquecida,
cada navío escurriendo agua como un cubo de madera
rescatado de las profundidades; mi memoria le daba vueltas
a todos los marinos ante mí, entonces el sol
caldeó el cerco del horizonte y fueron niebla.
Luego pasamos los barcos negreros. Banderas de todas las naciones,
nuestros padres bajo las cubiertas, demasiado bajo, supongo,
para oirnos gritar. Entonces dejamos de gritar. ¿Sabe alguien
quién es su abuelo, mucho menos su nombre?
Mañana recalaremos en Barbados.
9 - María Concepción y el libro de los sueños
El jet que rugía sobre El Vuelo
abría una cortina que daba al pasado.
"¡La Dominica enfrente!"
"Allí todavía hay caribes."
"Un día sólo habrá aviones, no más barcos."
"Vince, Dios no hizo a los negros para volar por el aire."
"Progreso, Shabine, de eso se trata.
El progreso que deja atrás a todas nuestras islitas."
Yo estaba al timón y Vince, sentado junto a mí,
jugaba con el arpón. El día fresco y vivificante. El mar picado.
"Habría que preguntar a los caribes acerca del progreso.
Los mataron por millones, algunos en la guerra,
otros en el trabajo forzado de las minas
buscando plata; y después, los negros; más
progreso. Hasta que no vea signos definitivos
de que la humanidad cambia, Vince, no quiero oir más.
El progreso es el chiste vulgar de la historia.
Preguntale a esa verde y entristecida isla que se acerca."
Verdes islas, como mangos en salmuera.
Deja que mi herida se cure en sal tan cruel,
yo, en mi lozanía de marinero.
Aquella noche, de chispas celestes heladas por el fuego,
corrí como un caribe por toda Dominica,
mis fosas nasales ahogadas por el recuerdo del humo;
oí los gritos de mis niños que se quemaban,
devoré el seso de las setas, los hongos
de los parasoles del diablo bajo blancas y leprosas rocas;
desayuné con humus en los lluviosos bosques,
en hojas tan grandes como mapas, y cuando oí el ruido
del avance de los soldados por entre el denso follaje,
pese a que mi corazón se reventaba, me levanté y corrí
por entre las hojas de baliser más afiladas que lanzas;
con la sangre de mi raza corrí, muchacho, corrí
con la rapidez sigilosa de un pájaro pintado;
entonces me caí, sólo que caí al pie de un helado arroyo
bajo una refrescante cascada de helechos, y una lora gritona
se aferró a las secas ramas hasta que al fin me ahogué
en enormes olas de humo; luego, cuando aquel océano
de negro humo se disipó y el cielo se hizo blanco,
no hubo más que Progreso, si Progreso es
una iguana tan quieta como una hoja joven a la luz del sol.
Lloré desconsolado por María y su Libro de los sueños.
Esa Biblia de insomnes anclaba su sueño,
un librito anaranjado y sucio de la República Dominicana,
con un ojo de cíclope en el medio.
Sus ordinarias páginas ostentaban, en negro
y fogoso español, los habituales símbolos de la profecía;
una palma abierta y vertical, dividida y numerada
como un diagrama de carnicero, repartía el futuro.
Una noche, con fiebre, radiantemente enferma,
ella dice: "Tráeme el libro, el fin ha llegado."
Y dijo: "Soñé con ballenas y una tormenta",
sólo que para ese sueño el libro no tenía respuesta.
La noche siguiente soñé con tres viejas
de facciones desdibujadas como gusanos de seda que bordaban mi destino;
les grité que se fueran de mi casa,
traté de echarlas a escobazos,
pero tan pronto como salían volvían a colarse,
haste que empecé a gritar y a llorar, mi cuerpo
empapado en sudor, y ella desbarató el libro
buscando el significado del sueño, pero no había nada
mis nervios se deshicieron como una medusa -fue entonces
cuando me derrumbé-,
me encontraron cerca de Savannag gritando:
Todos ustedes me ven hablándole al viento y piensan que estoy loco.
Pues bien, Shabine ha embridado a los caballitos de mar;
me ven mirando al sol hasta quemar mis ojos,
y todos ustedes, dementes, piensan que Shabine está loco,
pero ignoran de lo que soy capaz, ¿me oyen? Los cocotales
firmes en sus uniformes kaki amarillo,
esperan que Shabine tome posesión de estas islas;
y más les vale que teman el día en que me cure
de ser humano, Su destino está en mis manos,
ministros, comerciantes, Shabine los tiene, amigos,
esparciré sus vidas como un puñado de arena,
¡yo, que no tengo más armas que la poesía,
las lanzas de las palmas y el brillante escudo de mar!
Estos fragmentos del extenso poema (11 partes) "The Schooner Flight"
(La goleta El Vuelo), fueron traducidos por Álvaro Rodríguez Torres,
para la edición del libro El Reino del Caimito, editorial Norma, Colombia.
Derek Walcott, fue premio Nobel de Literatura 1992,
nació en Castries, capital de Santa Lucía - una isla de las Antillas-,
un 23 de enero de 1930.
Obra: Selected Poems, The Gulf, Another Life, Sea Grapes,
Collected Poems 1948-1984, The Arkansas Testament,
The Fortunate Traveller, Midsummer y Omeros.
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