martes, noviembre 21, 2006

Jorge Carrera Andrade (Ecuador)








El Hombre del Ecuador bajo la Torre Eiffel

Te vuelves vegetal a la orilla del tiempo
Con tu copa de cielo redondo
y abierta por los túneles del tráfico,
eres la ceiba máxima del Globo.

Suben los ojos pintores
por tu escalera de tijera hasta el azul.

Alargas sobre una tropa de tejados
tu cuello de llama del Perú.

Arropada en los pliegues de los vientos,
con tu peineta de constelaciones,
te asomas al circo
de los horizontes.

Mástil de una aventura sobre el tiempo.
Orgullo de quinientos treinta codos.

Pértiga de la tienda que han alzado los hombres
en una esquina de la historia.
Con sus luces gaseosas
copia la vía láctea tu dibujo en la noche.

Primera letra de un Abecedario cósmico,
apuntada en la dirección del cielo;
esperanza parada en zancos;
glorificación del esqueleto.

Hierro para marcar el rebaño de nubes
o mudo centinela de la edad industrial.
La marea del cielo
mina en silencio tu pilar.

(De Boletines de mar y tierra)


Versión de la Tierra

Bienvenido, nuevo día:
Los colores, las formas
vuelven al taller de la retina.

He aquí el vasto mundo
con su envoltura de maravilla:
La virilidad del árbol.
La condescendencia de la brisa.
El mecanismo de la rosa.
La arquitectura de la espiga.

Su vello verde la tierra
sin cesar cría.

La savia, invisible constructora,
en andamios de aire edifica
y sube los peldaños de la luz
en volúmenes verdes convertida.

El río agrimensor hace
el inventario de la campiña.
Sus lomos oscuros lava en el cielo
la orografía.
He aquí el mundo de pilares vegetales
y de rutas líquidas,
de mecanismos y arquitecturas
que un soplo misterioso anima.
Luego, las formas y los colores amaestrados,
el aire y la luz viva
sumados en la Obra del hombre,
vertical en el día.

Historia contemporánea

Desde las seis está despierto el humo
que no cesa de señalar con su brazo la dirección del viento.
Los bancos conservan el sueño congelado de los vagabundos
y las vidrieras de los restaurantes aprisionan la calle
y la venden entre sus frutas, botellas y mariscos.
Un pájaro nuevo silba en las poleas
y en los andamios que cuelgan su columpio de los hombros de los edificios.
Los chicos suman panes y luceros en sus pizarras de luto
y los automóviles corren sin saber
que una piedra espera en una curva la señal del destino.

Ametralladora de palabras,
la máquina de escribir dispara contra el centinela invisible de la campanilla.
Los yunques fragmentan un sueño sonoro de herraduras
y las máquinas de coser aceleran su taquicardia de solteronas
entre el oleaje giratorio de las telas.

La tarde conduce un fardo de sol en un tranvía.

Obreros desocupados ven el cielo como una cesta de manzanas.
Regimientos de frío
dispersan los grupos de vagabundos y mendigos.

El vendedor de pescado, los voceadores de periódicos
y el hombre que muele el cielo en su organillo
se dan la mano a la hora de la cena
en las cloacas y bajo la axila de los puentes
donde juegan al jardín los desperdicios
y sacan la lengua las latas de conserva.
Sus sombras crecen más allá de los tejados puntiagudos
y van cubriendo la ciudad, los caminos y los campos próximos
hasta ahogar en su pecho el relieve del mundo.

(De El tiempo manual)


El objeto y su sombra

Arquitectura fiel del mundo.
Realidad, más cabal que el sueño.

La abstracción muere en un segundo:
sólo basta un fruncir del ceño.

Las cosas. O sea la vida.
Todo el universo es presencia.
La sombra al objeto adherida
¿acaso transforma su esencia?

Limpiad el mundo —ésta es la clave—
de fantasmas del pensamiento.
Que el ojo apareje su nave
para un nuevo descubrimiento.

(De Noticias del cielo)

Biografía para uso de los pájaros

Nací en el siglo de la defunción de la rosa
cuando el motor ya había ahuyentado a los ángeles.
Quito veía andar la última diligencia
y a su paso corrían en buen orden los árboles,
las cercas y las casas de las nuevas parroquias,
en el umbral del campo
donde las lentas vacas rumiaban el silencio
y el viento espoleaba sus ligeros caballos.

Mi madre, revestida de poniente,
guardó su juventud en una honda guitarra
y sólo algunas tardes la mostraba a sus hijos
envuelta entre la música, la luz y las palabras.
Yo amaba la hidrografía de la lluvia,
las amarillas pulgas del manzano
y los sapos que hacían sonar dos o tres veces
su gordo cascabel de palo.

Sin cesar maniobraba la gran vela del aire.
Era la cordillera un litoral del cielo.
La tempestad venía, y al batir del tambor
cargaban sus mojados regimientos;
mas, luego el sol con sus patrullas de oro
restauraba la paz agraria y transparente.
Yo veía a los hombres abrazar !a cebada,
sumergirse en el cielo unos jinetes
y bajar a la costa olorosa de mangos
los vagones cargados de mugidores bueyes.

El valle estaba allá con sus haciendas
donde prendía el alba su reguero de gallos
y al oeste la tierra donde ondeaba la caña
de azúcar su pacífico banderín, y el cacao
guardaba en un estuche su fortuna secreta,
y ceñían, la pina su coraza de olor,
la banana desnuda su túnica de seda.

Todo ha pasado ya, en sucesivo oleaje,
como las vanas cifras de la espuma.
Los años van sin prisa enredando sus líquenes
y el recuerdo es apenas un nenúfar
que asoma entre dos aguas
su rostro de ahogado.
La guitarra es tan sólo ataúd de canciones
y se lamenta herido en la cabeza el gallo.
Han emigrado todos los ángeles terrestres,
hasta el ángel moreno del cacao.

(De Biografía para uso de los pájaros)


Jorge Carrera Andrade. Nació en Quito en el año 1903. Hizo estudios de Derecho. Desde el colegio descubrió su excepcional aptitud para la poesía. Con dos jóvenes compañeros, Gonzalo Escudero y Augusto Arias, formó el grupo literario "La Idea". Viajó a Europa, donde asistió a cursos libres en algunas universidades. Residió por algún tiempo en Francia, España, Inglaterra y Alemania.
Algunos de sus libros son: Estanque inefable, 1922; La guirnalda del silencio, 1926; Boletines de mar y de tierra, con prólogo de Gabriela Mistral, 1930; El tiempo manual, 1935; Biografía para uso de los pájaros,1937; Microgramas,1940; Mirador terrestre; Lugar de origen,1945; El visitante de la niebla y otros poemas,1947; Familia de la noche, 1953.
Ha publicado varias antologías personales, de las que son las más completas: Registro del mundo,1939; Edades poéticas,1958. De sus traducciones del francés se destacan: Antología poética de Pierre Reverdy, 1940; Cementerio marino y otros poemas de Paúl Valery, 1945; Poesía francesa contemporánea, 1951.
Los críticos coinciden en su descomunal potencia metafórica. Todos sus poemas son una ininterrumpida sucesión de metáforas e imágenes logradas certeramente por esa misteriosa alquimia de la sensibilidad que es consustancial a los grandes poetas. Sorprende la unidad en su poesía. Recibió el Premio Nacional de Cultura "Eugenio Espejo" en 1977. Jorge Carrera Andrade, falleció a los 75 años de edad, dejando una herencia lírica de gran profundidad humana y estética, contenida en cerca de 30 libros; murió en Quito el 7 de noviembre de 1978.

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