"Vivimos vidas que se basan en una selección de hechos imaginarios" Balthazar (El cuarteto de Alejandría) - Lawrence Durrel
jueves, agosto 12, 2010
Concepción Bertone
Nació en Rosario en 1947.
* De la piel hacia adentro (1974)
* El vuelo inmóvil (1983)
ediciones La Cachimba
* Aria Da Capo(2004)
ediciones del dock / La Guacha
Foto:
leyendo sus poesías en el ciclo INTERIORES,poetasdelpaís
De: Aria Da Capo
Pessoa y yo
a Pedro Bollea
Como hierba crecida entre adoquines
de calles alejadas, calles quietas
donde la piedra ahoga la gramilla
con agua del fregado. De extramuros
del alma sofrenada con mil bridas.
Dura ayer como hoy. Toda mi vida
se exultó como hierba
en una grieta.
I
Alba
a Francisco Madariaga, in memoria
Esa corteza blanca, lisa y hendida, buena
-aunque sea inflexible- Esos tallos prudentes,
esas ramas serenas porque tienen espinas y
no han herido a nadie con intención, arteras. Hoy
son como mis manos que parecen vacías.
Un pequeño poema traducido del persa.
Poema de las horas
"Todas hieren, la última mata"
Inscripción tallada en el cuadrante de un reloj medieval
I
Lazulita la sombra del nogal que teñía
de alhucema la albura de una farfalla rante
que vuela en dos idiomas aún
por el instante -nimio grano de arena-
en la huerta dormida
con la sombra inasible de mi abuelo tendida
sobre la tierra aquella que labró
y está muerta.
Su sombra era una hipérbole de su alma, la rama
cimera del nogal que mi columpio amaba.
La mía era el escorzo de la suya inclinada,
humilde entre legumbres. La sombra
de una hierba. Raro reloj de sol.
Se trata de las horas, dice Benn.
Del tiempo y la batalla
contra el tiempo, perdida
como la mariposa de la siesta apagada.
De la dicha de un día
al que vuelvo OMNIA FUI. Mi madre
era fragante: la verbena del Ara, LA IRIDULA
en los ojos duros de la tormenta
que al pasar deja el iris arqueado
y la cascada cuyo vaho
lo imprime
en la seda de sí.
Umbra ahora es la sombra
que atraviesa la sombra
de aquel nogal.
II
Farfalla suena más bello
que mariposa. No pasa
por la penumbra de la palabra oruga.
No encierra en un capullo de crisálida.
III
Sentadas sobre el pasto
que hace un año era greda,
mi hermana y yo fumamos, sin hablar,
en la fuga
a dos voces del viento
y el nimbo de garúa
caído sobre el nombre de mi madre
en la tierra, al ras
de las raíces, en la pálida piedra
con su nombre grabado. Como sueñan
las novias su nombre en la corteza
desnuda de los pinos, o escritos
en las paredes nupciales de una pieza.
Como sobre la falda de mi madre
enclavada, las dos, en su regazo de hierbas
somos una
sola y ahumada sombra
que en el escorzo acuna
la blanca mariposa que se torna lavanda
al pasar por la sombra
del nogal de John Shade.
IV
Quisiera escribir versos, ya no
la pena en punto, ni la oda de cierzo
en el Ara ni el Hades
profundo de mi abismo.
Grabarlos en el aria de Janacek. Quisiera
grabarlos en el aire cimero de las bodas
de aquellos que se amaron y se murieron juntos.
domingo, agosto 08, 2010
Joaquín O. Giannuzzi 1924 - 2004 Argentino
De:
Apuestas en lo oscuro
(2000)
El poema que cada uno
va masticando como un chicle de idiota
es poca cosa. Una preocupación ridícula
de la vida individual, guitarrita de bolsillo,
cantito de rata en los pulmones contaminados
cuando la calle abunda de gente en todas direcciones.
Sólo Dios sabe dónde va cada uno,
pero el Estado sabe
dónde van todos con su pequeña música entre los dientes.
Traslado a mi oído el verso mascado
para probar su sonido: un fracaso que no resuelve
esta muchedumbre sentimental hacia el ocaso
con su rumor de orquesta degollada.
Esquina invernal
Esquina invernal, perfecto estilo
de la desolación reumática
cuando la certeza del fin
detiene cada paso buscando un lenguaje
en este puñado de hojas giratorias
al fondo de una calle sin salida.
Hueco donde culmina un viento bajo
arrastrándose
como el frío ruedo susurrante de un vestido.
El dentista
El dentista es fanático de Mozart.
En el consultorio, la música en la casetera
es un universo continuo a la sordina.
El terror es desmentido con esa dignidad.
Simpatiza con sus pálidos pacientes
y mientras prepara aguja y jeringa
acompaña y confirma los acordes
con un silbido enamorado y creador:
él también compone su Mozart.
La anestesia acorrala el dolor
hasta la entraña del hueso
y cuando arranca la muela muerta, la música
parece oscurecer en un caos.
Pero el gusto a sangre en la boca
despide la podredumbre
y el oído se entrega
a la finalidad de un auténtico destino.
De:
Cabeza final
(1991)
Lluvia
Desde anoche se anunciaba en mi osamenta
este golpe de lluvia resonando
allá afuera, apartado
de los objetos personales.
Pero hay una respuesta placentera
partiendo de mi fisiología,
una correspondencia natural e indescifrable
entre elementos vivos,
que segrega del conjunto
mi condición de espectador.
Desde mi butaca
asisto a la representación terrestre
donde las cosas encajan como un problema resuelto.
A solas con mi identidad
ajeno a mi esqueleto y a la lluvia, descarnado
en la penumbra del dormitorio.
El dentista
El dentista es fanático de Mozart.
En el consultorio, la música en la casetera
es un universo continuo a la sordina.
El terror es desmentido con esa dignidad.
Simpatiza con sus pálidos pacientes
y mientras prepara aguja y jeringa
acompaña y confirma los acordes
con un silbido enamorado y creador:
él también compone su Mozart.
La anestesia acorrala el dolor
hasta la entraña del hueso
y cuando arranca la muela muerta, la música
parece oscurecer en un caos.
Pero el gusto a sangre en la boca
despide la podredumbre
y el oído se entrega
a la finalidad de un auténtico destino.
De:
Cabeza final
(1991)
Lluvia
Desde anoche se anunciaba en mi osamenta
este golpe de lluvia resonando
allá afuera, apartado
de los objetos personales.
Pero hay una respuesta placentera
partiendo de mi fisiología,
una correspondencia natural e indescifrable
entre elementos vivos,
que segrega del conjunto
mi condición de espectador.
Desde mi butaca
asisto a la representación terrestre
donde las cosas encajan como un problema resuelto.
A solas con mi identidad
ajeno a mi esqueleto y a la lluvia, descarnado
en la penumbra del dormitorio.
sábado, agosto 07, 2010
Porfirio Barba Jacob (1880/3 - 1942) Colombia
Acuarimántima
I
Vengo a expresar mi desazón suprema
y a perpetuarla en la virtud del canto.
Yo soy Maín, el héroe del poema
que vió, desde los círculos del día,
regir el mundo una embriaguez y un llanto.
¡Armonía! Oh profunda, oh abscóndita Armonía!
Y velaré mi arduo pensamiento
sotto il velame degli versi strani,
fastuoso, de pompas seculares:
perfecta en sí la estrofa del lamento
y a impulso de los ritmos estelares.
Columpia el mar su cauda nacarina,
e imbuida en la clámide del río
pasa en la bruma fúlgida la carne de la ondina.
Grana el campo nutricio, fluyen mieles,
una deidad inflama las horas con su llama
y loa el día azul un coro de donceles.
Romero: ¿no rebosa el corazón
por la noche de sombras evocadas,
por la tierra de arrugas trabajadas,
del Tiempo y el Espacio la multiple emoción?
Brilla en las lejanías invioladas
vaga ciudad, el viento da en los juncos,
los juncos gimen bajo el viento rudo...
Romero, que se vierta el corazón!
Y la ternura y la tristeza mía
canten en el crepúsculo: ¡Armonía!
Yo, Rey del reino estéril de las lágrimas,
yo, Rey del reino vacuo de las rimas,
con mis canciones ebrias
que un son nocturno hechiza
y con mis voces pávidas,
anuncio las cavernas del Enigma.
En mis siete dolores primarios se resume,
como en alejandrino paradigma,
la escala del dolor que el mal asume.
Tenebrosa, recóndita Armonía...
Mi numen, fuerte, no es aquel tan puro
como el cerrado corazón de un monte;
pero sobre sus ruinas de inocencias
haré brillar, ebrio del dolor puro,
una gota de luz del corazón del monte.
II
En libre vuelo, el cielo de mi América
hender he visto un cóndor negro, errante.
¿Qué abismo circunscribe? ¿Qué intacta nieve augura?
Por las arterias de los ciervos montesinos
discurre para el cóndor la sangre enardecida,
bajo las pieles lúcidas, entre las carnes bellas.
¡La presa viva!, ¡el pico ensangrentado!,
¡el ala pronta!, ¡el ímpetu del vuelo!
y un delirar de cumbres y centellas.
Así mi impulso al aura de la vida,
y así mi Musa en su ilusión liviana
de que brote la carne un lirio místico.
Bestia de los demonios poseída,
¡oh carne, es hora ya del don eucarístico!
Cintila el cielo en gajos de luceros,
y querubes de vuelos melodiosos
revuelan de luceros a luceros.
Tengo la sensación de que discurro
delante de los pórticos sagrados:
alguien dice mi nombre a la distancia;
brotan dulces jardines los collados
y asume mi ternura en su fragancia.
Claridad estelar, templo encendido,
rima errante por noches de pavura,
huerto a la luz de Vésper. En olvido
mi sér se muere, mi canción no dura,
¿y fui no más un lúgubre alarido?
Carne, bestia, mi Amiga y mi Enemiga:
yo soy tú, que por leyes ominosas,
cual vano mimbre que meció una espiga
te haces nada en el polvo de las cosas...
¿Y la divina Psiquis, la Rosa entre las rosas?
¿Y mis amores que irisé de lágrimas?
¿Y mi ciudad nebúlea tras la ilusión del día?
¿Y mis antorchas que erigí de emblema?
¿Y esta inquietud, y éste impetu anhelante
hacia una ley o una verdad suprema?
Pesa sobre tus pétalos, oh Rosa
Espiritual! tan lóbrega y cerrada
la noche, tan vacía y rencorosa,
que en vano el brillo de tu broche efunde.
Amor. Deleite. Horror. Pavesas. Nada.
¡Nada, nada por siempre! Y merecía
mi Alma, por los dioses engañada,
la Verdad, y la ley y la Armonía.
¡Sé digna de este horror y de esta nada,
y activa y valerosa, ¡oh alma mía!
III
I
Vengo a expresar mi desazón suprema
y a perpetuarla en la virtud del canto.
Yo soy Maín, el héroe del poema
que vió, desde los círculos del día,
regir el mundo una embriaguez y un llanto.
¡Armonía! Oh profunda, oh abscóndita Armonía!
Y velaré mi arduo pensamiento
sotto il velame degli versi strani,
fastuoso, de pompas seculares:
perfecta en sí la estrofa del lamento
y a impulso de los ritmos estelares.
Columpia el mar su cauda nacarina,
e imbuida en la clámide del río
pasa en la bruma fúlgida la carne de la ondina.
Grana el campo nutricio, fluyen mieles,
una deidad inflama las horas con su llama
y loa el día azul un coro de donceles.
Romero: ¿no rebosa el corazón
por la noche de sombras evocadas,
por la tierra de arrugas trabajadas,
del Tiempo y el Espacio la multiple emoción?
Brilla en las lejanías invioladas
vaga ciudad, el viento da en los juncos,
los juncos gimen bajo el viento rudo...
Romero, que se vierta el corazón!
Y la ternura y la tristeza mía
canten en el crepúsculo: ¡Armonía!
Yo, Rey del reino estéril de las lágrimas,
yo, Rey del reino vacuo de las rimas,
con mis canciones ebrias
que un son nocturno hechiza
y con mis voces pávidas,
anuncio las cavernas del Enigma.
En mis siete dolores primarios se resume,
como en alejandrino paradigma,
la escala del dolor que el mal asume.
Tenebrosa, recóndita Armonía...
Mi numen, fuerte, no es aquel tan puro
como el cerrado corazón de un monte;
pero sobre sus ruinas de inocencias
haré brillar, ebrio del dolor puro,
una gota de luz del corazón del monte.
II
En libre vuelo, el cielo de mi América
hender he visto un cóndor negro, errante.
¿Qué abismo circunscribe? ¿Qué intacta nieve augura?
Por las arterias de los ciervos montesinos
discurre para el cóndor la sangre enardecida,
bajo las pieles lúcidas, entre las carnes bellas.
¡La presa viva!, ¡el pico ensangrentado!,
¡el ala pronta!, ¡el ímpetu del vuelo!
y un delirar de cumbres y centellas.
Así mi impulso al aura de la vida,
y así mi Musa en su ilusión liviana
de que brote la carne un lirio místico.
Bestia de los demonios poseída,
¡oh carne, es hora ya del don eucarístico!
Cintila el cielo en gajos de luceros,
y querubes de vuelos melodiosos
revuelan de luceros a luceros.
Tengo la sensación de que discurro
delante de los pórticos sagrados:
alguien dice mi nombre a la distancia;
brotan dulces jardines los collados
y asume mi ternura en su fragancia.
Claridad estelar, templo encendido,
rima errante por noches de pavura,
huerto a la luz de Vésper. En olvido
mi sér se muere, mi canción no dura,
¿y fui no más un lúgubre alarido?
Carne, bestia, mi Amiga y mi Enemiga:
yo soy tú, que por leyes ominosas,
cual vano mimbre que meció una espiga
te haces nada en el polvo de las cosas...
¿Y la divina Psiquis, la Rosa entre las rosas?
¿Y mis amores que irisé de lágrimas?
¿Y mi ciudad nebúlea tras la ilusión del día?
¿Y mis antorchas que erigí de emblema?
¿Y esta inquietud, y éste impetu anhelante
hacia una ley o una verdad suprema?
Pesa sobre tus pétalos, oh Rosa
Espiritual! tan lóbrega y cerrada
la noche, tan vacía y rencorosa,
que en vano el brillo de tu broche efunde.
Amor. Deleite. Horror. Pavesas. Nada.
¡Nada, nada por siempre! Y merecía
mi Alma, por los dioses engañada,
la Verdad, y la ley y la Armonía.
¡Sé digna de este horror y de esta nada,
y activa y valerosa, ¡oh alma mía!
III
domingo, agosto 01, 2010
X - 504 (1932 - ) Colombiano
Jaime Jaramillo Escobar
(Pueblorrico, Antioquia, Colombia, 1932)
De: Los poemas de la ofensa
Primer Premio Concurso nadaismo de poesía 1967
Conversación con W. W.
"El sapo es una obra maestra de Dios"
Walt Whitman
Walt Whitman
Viejo, no te burles,
que Dios hizo lo que pudo.
Además, el sapo no es la medida de Dios, evidentemente, pues el elefante es un monstruo más grande, con su larga nariz,
y el hombre un monstruo todavía más grande, portador a dos manos de su alto falo,
de cuya punta beben las jirafas del crimen, y quien, no contento con su estatura,
ha levantado estatuas suyas gigantescas sobre altísimos pedestales,
pero entonces se han levantado también estatuas de Dios igualmente altas y arrogantes,
ya que El no quiere ser menos que el hombre.
¿Y has visto en cambio a los sapos u otros animales levantándose a sí mismos monumento alguno o siquiera una tumba?
Sólo tienen estatuas los animales que el hombre ha tomado por compañeros, como el caballo,
y eso porque aparece montado encima de él para hacer más alto su pedestal;
y el perro por la comprensión sexual que hay entre los tres: Dios, perro y hombre.
Y las figuras de águilas y de leones porque el hombre siempre ha aspirado a ser un animal feroz y de rapiña;
eso, claro, lo sabemos,
pero la hormiga no reconocería un monumento a su laboriosidad,
ni la abeja un monumento a la hormiga,
y menos la rana: no la nombres,
la pobre rana que se pasa gritando en las lagunas para decir que está allí,
igual que tú,
y que Dios, que es el que más grita.
Pobrecito Dios; ¡y tú burlándote!
Si creó a los poetas, ¿por qué no podía crear también a la rana?
¿No creó a la tortuga?
¿Y al armadillo que es una tortuga torturada?
¿Es que Dios no creó sino sólo monstruos?
¿Y qué otra cosa podía hacer?
Dices que tu amante no es un monstruo, pero yo le veo diez uñas afiladas,
y un pene como una sanguijuela pegado a ti toda la noche;
no charles, Walt,
tómate esa cerveza sin mojarte la barba,
viejo marrullero,
andando empeloto por las calles de Manhattan delante de los aprendices
durante un sueño que tuviste una noche cuando te acostaste un poco ebrio.
¿Conque la rana es una obra maestra de Dios, no?
¡Entonces yo también!
Y si yo soy una obra maestra de Dios entonces Dios tiene que ser muy pequeño,
un artista muy malo, francamente.
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