país del viento
"Vivimos vidas que se basan en una selección de hechos imaginarios" Balthazar (El cuarteto de Alejandría) - Lawrence Durrel
domingo, septiembre 12, 2010
viernes, septiembre 03, 2010
Poesía Quechua
Período prehispánico
Poesía religiosa
2.
Con regocijada boca,
con regocijada lengua,
de día
y esta noche
llamarás.
Ayunando
cantarás con voz de calandria
y quizá
en nuestra alegría,
en nuestra dicha,
desde cualquier lugar del mundo,
el creador del hombre,
el Señor Todopoderoso,
te escuchará.
"¡Jay!", te dirá,
y tú
donde quiera que estés,
y así para la eternidad,
sin otro señor que él
vivirás, serás.
4.
Ven aún,
verdadero de arriba,
verdadero de abajo,
Señor,
del universo
el modelador.
Poder de todo lo existente,
único creador del hombre;
diez veces he de adorarte
con mis ojos manchados.
¡Qué resplandor!, diciendo
me prosternaré ante tí;
mírame, Señor, adviérteme.
Y vosotros, ríos y cataratas,
y vosotros pájaros,
dadme vuestras fuerzas,
todo lo que podaís darme;
ayudadme a gritar
con vuestras gargantas,
aun con vuestros deseos,
y recordándolo todo
regocijémonos,
tengamos alegría;
y así, de ese modo, henchidos,
yéndonos, nos iremos.
(Himnos transcritos por el cronista indio Santa Cruz Pachacuti.)
Período colonial
Apu Inka Atawallpaman
¿Qué arco iris es este negro arco iris
que se alza?
Para el enemigo del Cuzco horrible flecha
que amanece.
Por doquier granizada siniestra
golpea.
Mi corazón presentía
a cada instante,
aun en mis sueños, asaltándome,
en el letargo,
a la mosca azul anunciadora de la muerte;
dolor inacabable.
El sol vuélvese amarillo, anochece,
misteriosamente;
amortaja a Atahualpa, su cadáver
y su nombre;
la muerte del Inca reduce
al tiempo que dura una pestañada.
Su amada cabeza ya la envuelve
el horrendo enemigo;
y un río de sangre camina, se extiende,
en dos corrientes.
Sus dientes crujidores ya están mordiendo
la bárbara tristeza;
se han vuelto de plomo sus ojos que eran como el sol,
ojos de Inca.
Se ha helado ya el gran corazón
de Atahualpa,
el llanto de los hombres de las Cuatro Regiones
ahogándole.
Las nubes de los cielos han bajado
ennegreciéndose;
la madre Luna, transida, con el rostro enfermo,
empequeñece.
Y todo y todos se esconden, desaparecen,
padeciendo.
La tierra se niega a sepultar
a su Señor,
como si se avergonzara del cadáver
de quien la amó,
como si temiera a su adalid
devorar.
Y los precipicios de rocas tiemblan por su amo,
canciones fúnebres entonando,
el río brama con el poder de su dolor,
su caudal levantando.
Las lágrimas en torrentes, juntas,
se recogen.
¿Qué hombre no caerá en el llanto
por quién le amó?
¿Qué hijo no ha de existir
para su padre?
Gimiente, doliente, corazón herido,
sin palmas.
¿Qué paloma amante no da su ser
al amado?
¿Qué delirante e inquieto venado salvaje
a su instinto no obedece?
Lágrimas de sangre arrancadas, arrancadas
de su alegría;
espejo vertiente de sus lágrimas
¡retratad su cadáver!
Bañad, todos, en su gran ternura
vuestro regazo.
Con sus múltiples, poderosas manos,
los acariciados;
con las alas de su corazón,
los protegidos;
con la delicada tela de su pecho,
los abrigados;
claman ahora,
con la doliente voz de las viudas tristes.
Las nobles escogidas se han inclinado, juntas,
todas de luto.
El Willaj Umu (1) se ha vestido de su manto
para el sacrificio.
Todos los hombres han desfilado
a sus tumbas.
Mortalmente sufre su tristeza delirante,
la Madre Reina;
los ríos de sus lágrimas saltan
al amarillo cadáver.
Su rostro está yerto, inmóvil,
y su boca (dice):
"¿A dónde te fuiste, perdiéndote
de mis ojos,
abandonando este mundo
en mi duelo,
eternamente desgarrándote
de mi corazón?"
Enriquecido con el oro del rescate
el español.
Su horrible corazón por el poder devorado;
empujándose unos a otros,
con ansias cada vez, cada vez más oscuras,
fiera enfurecida.
Les diste cuanto pidieron, los colmaste;
te asesinaron, sin embargo.
Sus deseos hasta donde clamaron los henchiste
tú solo.
Y muriendo en Cajamarca
te extinguiste.
Se ha acabado ya en tus venas
la sangre;
se ha apagado en tus ojos
la luz;
en el fondo de la más intensa estrella ha caído
tu mirar.
Gime, sufre, camina, vuela enloquecida,
tu alma, paloma amada;
delirante, delirante, llora, padece
tu corazón amado.
Con el martirio de la separación infinita
el corazón se rompe.
El limpido, resplandeciente trono de oro,
y tu cuna;
los vasos de oro, todo,
se repartieron.
Bajo extraño imperio, aglomerados los martirios,
y destruidos;
perplejos, extraviados, negada la memoria,
solos;
muerta la sombra que protege;
lloramos;
sin tener a quién o a dónde volver,
estamos delirando.
¿Soportará tu corazón,
Inca,
nuestra errabunda vida
dispersada,
por el peligro sin cuento cercada, en manos ajenas,
pisoteada?
Tus ojos que como flechas de ventura herían,
ábrelos;
tus magnánimas manos,
extiéndelas;
y con esa visión fortalecidos,
despídenos.
(1) Sumo sacerdote.
(Elegía anónima copiada por J.M.B. Farfán del cantoral recopilado por Cosme Ticona, en Pisac, Calca, Cuzco 1930. Consideramos que pertenece al siglo XVII.)
Poemas copiados del libro:
Poesía quechua
Selección y presentación por: José María Arguedas. Editorial Eudeba, Buenos Aires, 1965.
Poesía religiosa
2.
Con regocijada boca,
con regocijada lengua,
de día
y esta noche
llamarás.
Ayunando
cantarás con voz de calandria
y quizá
en nuestra alegría,
en nuestra dicha,
desde cualquier lugar del mundo,
el creador del hombre,
el Señor Todopoderoso,
te escuchará.
"¡Jay!", te dirá,
y tú
donde quiera que estés,
y así para la eternidad,
sin otro señor que él
vivirás, serás.
4.
Ven aún,
verdadero de arriba,
verdadero de abajo,
Señor,
del universo
el modelador.
Poder de todo lo existente,
único creador del hombre;
diez veces he de adorarte
con mis ojos manchados.
¡Qué resplandor!, diciendo
me prosternaré ante tí;
mírame, Señor, adviérteme.
Y vosotros, ríos y cataratas,
y vosotros pájaros,
dadme vuestras fuerzas,
todo lo que podaís darme;
ayudadme a gritar
con vuestras gargantas,
aun con vuestros deseos,
y recordándolo todo
regocijémonos,
tengamos alegría;
y así, de ese modo, henchidos,
yéndonos, nos iremos.
(Himnos transcritos por el cronista indio Santa Cruz Pachacuti.)
Período colonial
Apu Inka Atawallpaman
¿Qué arco iris es este negro arco iris
que se alza?
Para el enemigo del Cuzco horrible flecha
que amanece.
Por doquier granizada siniestra
golpea.
Mi corazón presentía
a cada instante,
aun en mis sueños, asaltándome,
en el letargo,
a la mosca azul anunciadora de la muerte;
dolor inacabable.
El sol vuélvese amarillo, anochece,
misteriosamente;
amortaja a Atahualpa, su cadáver
y su nombre;
la muerte del Inca reduce
al tiempo que dura una pestañada.
Su amada cabeza ya la envuelve
el horrendo enemigo;
y un río de sangre camina, se extiende,
en dos corrientes.
Sus dientes crujidores ya están mordiendo
la bárbara tristeza;
se han vuelto de plomo sus ojos que eran como el sol,
ojos de Inca.
Se ha helado ya el gran corazón
de Atahualpa,
el llanto de los hombres de las Cuatro Regiones
ahogándole.
Las nubes de los cielos han bajado
ennegreciéndose;
la madre Luna, transida, con el rostro enfermo,
empequeñece.
Y todo y todos se esconden, desaparecen,
padeciendo.
La tierra se niega a sepultar
a su Señor,
como si se avergonzara del cadáver
de quien la amó,
como si temiera a su adalid
devorar.
Y los precipicios de rocas tiemblan por su amo,
canciones fúnebres entonando,
el río brama con el poder de su dolor,
su caudal levantando.
Las lágrimas en torrentes, juntas,
se recogen.
¿Qué hombre no caerá en el llanto
por quién le amó?
¿Qué hijo no ha de existir
para su padre?
Gimiente, doliente, corazón herido,
sin palmas.
¿Qué paloma amante no da su ser
al amado?
¿Qué delirante e inquieto venado salvaje
a su instinto no obedece?
Lágrimas de sangre arrancadas, arrancadas
de su alegría;
espejo vertiente de sus lágrimas
¡retratad su cadáver!
Bañad, todos, en su gran ternura
vuestro regazo.
Con sus múltiples, poderosas manos,
los acariciados;
con las alas de su corazón,
los protegidos;
con la delicada tela de su pecho,
los abrigados;
claman ahora,
con la doliente voz de las viudas tristes.
Las nobles escogidas se han inclinado, juntas,
todas de luto.
El Willaj Umu (1) se ha vestido de su manto
para el sacrificio.
Todos los hombres han desfilado
a sus tumbas.
Mortalmente sufre su tristeza delirante,
la Madre Reina;
los ríos de sus lágrimas saltan
al amarillo cadáver.
Su rostro está yerto, inmóvil,
y su boca (dice):
"¿A dónde te fuiste, perdiéndote
de mis ojos,
abandonando este mundo
en mi duelo,
eternamente desgarrándote
de mi corazón?"
Enriquecido con el oro del rescate
el español.
Su horrible corazón por el poder devorado;
empujándose unos a otros,
con ansias cada vez, cada vez más oscuras,
fiera enfurecida.
Les diste cuanto pidieron, los colmaste;
te asesinaron, sin embargo.
Sus deseos hasta donde clamaron los henchiste
tú solo.
Y muriendo en Cajamarca
te extinguiste.
Se ha acabado ya en tus venas
la sangre;
se ha apagado en tus ojos
la luz;
en el fondo de la más intensa estrella ha caído
tu mirar.
Gime, sufre, camina, vuela enloquecida,
tu alma, paloma amada;
delirante, delirante, llora, padece
tu corazón amado.
Con el martirio de la separación infinita
el corazón se rompe.
El limpido, resplandeciente trono de oro,
y tu cuna;
los vasos de oro, todo,
se repartieron.
Bajo extraño imperio, aglomerados los martirios,
y destruidos;
perplejos, extraviados, negada la memoria,
solos;
muerta la sombra que protege;
lloramos;
sin tener a quién o a dónde volver,
estamos delirando.
¿Soportará tu corazón,
Inca,
nuestra errabunda vida
dispersada,
por el peligro sin cuento cercada, en manos ajenas,
pisoteada?
Tus ojos que como flechas de ventura herían,
ábrelos;
tus magnánimas manos,
extiéndelas;
y con esa visión fortalecidos,
despídenos.
(1) Sumo sacerdote.
(Elegía anónima copiada por J.M.B. Farfán del cantoral recopilado por Cosme Ticona, en Pisac, Calca, Cuzco 1930. Consideramos que pertenece al siglo XVII.)
Poemas copiados del libro:
Poesía quechua
Selección y presentación por: José María Arguedas. Editorial Eudeba, Buenos Aires, 1965.
jueves, agosto 12, 2010
Concepción Bertone
Nació en Rosario en 1947.
* De la piel hacia adentro (1974)
* El vuelo inmóvil (1983)
ediciones La Cachimba
* Aria Da Capo(2004)
ediciones del dock / La Guacha
Foto:
leyendo sus poesías en el ciclo INTERIORES,poetasdelpaís
De: Aria Da Capo
Pessoa y yo
a Pedro Bollea
Como hierba crecida entre adoquines
de calles alejadas, calles quietas
donde la piedra ahoga la gramilla
con agua del fregado. De extramuros
del alma sofrenada con mil bridas.
Dura ayer como hoy. Toda mi vida
se exultó como hierba
en una grieta.
I
Alba
a Francisco Madariaga, in memoria
Esa corteza blanca, lisa y hendida, buena
-aunque sea inflexible- Esos tallos prudentes,
esas ramas serenas porque tienen espinas y
no han herido a nadie con intención, arteras. Hoy
son como mis manos que parecen vacías.
Un pequeño poema traducido del persa.
Poema de las horas
"Todas hieren, la última mata"
Inscripción tallada en el cuadrante de un reloj medieval
I
Lazulita la sombra del nogal que teñía
de alhucema la albura de una farfalla rante
que vuela en dos idiomas aún
por el instante -nimio grano de arena-
en la huerta dormida
con la sombra inasible de mi abuelo tendida
sobre la tierra aquella que labró
y está muerta.
Su sombra era una hipérbole de su alma, la rama
cimera del nogal que mi columpio amaba.
La mía era el escorzo de la suya inclinada,
humilde entre legumbres. La sombra
de una hierba. Raro reloj de sol.
Se trata de las horas, dice Benn.
Del tiempo y la batalla
contra el tiempo, perdida
como la mariposa de la siesta apagada.
De la dicha de un día
al que vuelvo OMNIA FUI. Mi madre
era fragante: la verbena del Ara, LA IRIDULA
en los ojos duros de la tormenta
que al pasar deja el iris arqueado
y la cascada cuyo vaho
lo imprime
en la seda de sí.
Umbra ahora es la sombra
que atraviesa la sombra
de aquel nogal.
II
Farfalla suena más bello
que mariposa. No pasa
por la penumbra de la palabra oruga.
No encierra en un capullo de crisálida.
III
Sentadas sobre el pasto
que hace un año era greda,
mi hermana y yo fumamos, sin hablar,
en la fuga
a dos voces del viento
y el nimbo de garúa
caído sobre el nombre de mi madre
en la tierra, al ras
de las raíces, en la pálida piedra
con su nombre grabado. Como sueñan
las novias su nombre en la corteza
desnuda de los pinos, o escritos
en las paredes nupciales de una pieza.
Como sobre la falda de mi madre
enclavada, las dos, en su regazo de hierbas
somos una
sola y ahumada sombra
que en el escorzo acuna
la blanca mariposa que se torna lavanda
al pasar por la sombra
del nogal de John Shade.
IV
Quisiera escribir versos, ya no
la pena en punto, ni la oda de cierzo
en el Ara ni el Hades
profundo de mi abismo.
Grabarlos en el aria de Janacek. Quisiera
grabarlos en el aire cimero de las bodas
de aquellos que se amaron y se murieron juntos.
domingo, agosto 08, 2010
Joaquín O. Giannuzzi 1924 - 2004 Argentino
De:
Apuestas en lo oscuro
(2000)
El poema que cada uno
va masticando como un chicle de idiota
es poca cosa. Una preocupación ridícula
de la vida individual, guitarrita de bolsillo,
cantito de rata en los pulmones contaminados
cuando la calle abunda de gente en todas direcciones.
Sólo Dios sabe dónde va cada uno,
pero el Estado sabe
dónde van todos con su pequeña música entre los dientes.
Traslado a mi oído el verso mascado
para probar su sonido: un fracaso que no resuelve
esta muchedumbre sentimental hacia el ocaso
con su rumor de orquesta degollada.
Esquina invernal
Esquina invernal, perfecto estilo
de la desolación reumática
cuando la certeza del fin
detiene cada paso buscando un lenguaje
en este puñado de hojas giratorias
al fondo de una calle sin salida.
Hueco donde culmina un viento bajo
arrastrándose
como el frío ruedo susurrante de un vestido.
El dentista
El dentista es fanático de Mozart.
En el consultorio, la música en la casetera
es un universo continuo a la sordina.
El terror es desmentido con esa dignidad.
Simpatiza con sus pálidos pacientes
y mientras prepara aguja y jeringa
acompaña y confirma los acordes
con un silbido enamorado y creador:
él también compone su Mozart.
La anestesia acorrala el dolor
hasta la entraña del hueso
y cuando arranca la muela muerta, la música
parece oscurecer en un caos.
Pero el gusto a sangre en la boca
despide la podredumbre
y el oído se entrega
a la finalidad de un auténtico destino.
De:
Cabeza final
(1991)
Lluvia
Desde anoche se anunciaba en mi osamenta
este golpe de lluvia resonando
allá afuera, apartado
de los objetos personales.
Pero hay una respuesta placentera
partiendo de mi fisiología,
una correspondencia natural e indescifrable
entre elementos vivos,
que segrega del conjunto
mi condición de espectador.
Desde mi butaca
asisto a la representación terrestre
donde las cosas encajan como un problema resuelto.
A solas con mi identidad
ajeno a mi esqueleto y a la lluvia, descarnado
en la penumbra del dormitorio.
El dentista
El dentista es fanático de Mozart.
En el consultorio, la música en la casetera
es un universo continuo a la sordina.
El terror es desmentido con esa dignidad.
Simpatiza con sus pálidos pacientes
y mientras prepara aguja y jeringa
acompaña y confirma los acordes
con un silbido enamorado y creador:
él también compone su Mozart.
La anestesia acorrala el dolor
hasta la entraña del hueso
y cuando arranca la muela muerta, la música
parece oscurecer en un caos.
Pero el gusto a sangre en la boca
despide la podredumbre
y el oído se entrega
a la finalidad de un auténtico destino.
De:
Cabeza final
(1991)
Lluvia
Desde anoche se anunciaba en mi osamenta
este golpe de lluvia resonando
allá afuera, apartado
de los objetos personales.
Pero hay una respuesta placentera
partiendo de mi fisiología,
una correspondencia natural e indescifrable
entre elementos vivos,
que segrega del conjunto
mi condición de espectador.
Desde mi butaca
asisto a la representación terrestre
donde las cosas encajan como un problema resuelto.
A solas con mi identidad
ajeno a mi esqueleto y a la lluvia, descarnado
en la penumbra del dormitorio.
sábado, agosto 07, 2010
Porfirio Barba Jacob (1880/3 - 1942) Colombia
Acuarimántima
I
Vengo a expresar mi desazón suprema
y a perpetuarla en la virtud del canto.
Yo soy Maín, el héroe del poema
que vió, desde los círculos del día,
regir el mundo una embriaguez y un llanto.
¡Armonía! Oh profunda, oh abscóndita Armonía!
Y velaré mi arduo pensamiento
sotto il velame degli versi strani,
fastuoso, de pompas seculares:
perfecta en sí la estrofa del lamento
y a impulso de los ritmos estelares.
Columpia el mar su cauda nacarina,
e imbuida en la clámide del río
pasa en la bruma fúlgida la carne de la ondina.
Grana el campo nutricio, fluyen mieles,
una deidad inflama las horas con su llama
y loa el día azul un coro de donceles.
Romero: ¿no rebosa el corazón
por la noche de sombras evocadas,
por la tierra de arrugas trabajadas,
del Tiempo y el Espacio la multiple emoción?
Brilla en las lejanías invioladas
vaga ciudad, el viento da en los juncos,
los juncos gimen bajo el viento rudo...
Romero, que se vierta el corazón!
Y la ternura y la tristeza mía
canten en el crepúsculo: ¡Armonía!
Yo, Rey del reino estéril de las lágrimas,
yo, Rey del reino vacuo de las rimas,
con mis canciones ebrias
que un son nocturno hechiza
y con mis voces pávidas,
anuncio las cavernas del Enigma.
En mis siete dolores primarios se resume,
como en alejandrino paradigma,
la escala del dolor que el mal asume.
Tenebrosa, recóndita Armonía...
Mi numen, fuerte, no es aquel tan puro
como el cerrado corazón de un monte;
pero sobre sus ruinas de inocencias
haré brillar, ebrio del dolor puro,
una gota de luz del corazón del monte.
II
En libre vuelo, el cielo de mi América
hender he visto un cóndor negro, errante.
¿Qué abismo circunscribe? ¿Qué intacta nieve augura?
Por las arterias de los ciervos montesinos
discurre para el cóndor la sangre enardecida,
bajo las pieles lúcidas, entre las carnes bellas.
¡La presa viva!, ¡el pico ensangrentado!,
¡el ala pronta!, ¡el ímpetu del vuelo!
y un delirar de cumbres y centellas.
Así mi impulso al aura de la vida,
y así mi Musa en su ilusión liviana
de que brote la carne un lirio místico.
Bestia de los demonios poseída,
¡oh carne, es hora ya del don eucarístico!
Cintila el cielo en gajos de luceros,
y querubes de vuelos melodiosos
revuelan de luceros a luceros.
Tengo la sensación de que discurro
delante de los pórticos sagrados:
alguien dice mi nombre a la distancia;
brotan dulces jardines los collados
y asume mi ternura en su fragancia.
Claridad estelar, templo encendido,
rima errante por noches de pavura,
huerto a la luz de Vésper. En olvido
mi sér se muere, mi canción no dura,
¿y fui no más un lúgubre alarido?
Carne, bestia, mi Amiga y mi Enemiga:
yo soy tú, que por leyes ominosas,
cual vano mimbre que meció una espiga
te haces nada en el polvo de las cosas...
¿Y la divina Psiquis, la Rosa entre las rosas?
¿Y mis amores que irisé de lágrimas?
¿Y mi ciudad nebúlea tras la ilusión del día?
¿Y mis antorchas que erigí de emblema?
¿Y esta inquietud, y éste impetu anhelante
hacia una ley o una verdad suprema?
Pesa sobre tus pétalos, oh Rosa
Espiritual! tan lóbrega y cerrada
la noche, tan vacía y rencorosa,
que en vano el brillo de tu broche efunde.
Amor. Deleite. Horror. Pavesas. Nada.
¡Nada, nada por siempre! Y merecía
mi Alma, por los dioses engañada,
la Verdad, y la ley y la Armonía.
¡Sé digna de este horror y de esta nada,
y activa y valerosa, ¡oh alma mía!
III
I
Vengo a expresar mi desazón suprema
y a perpetuarla en la virtud del canto.
Yo soy Maín, el héroe del poema
que vió, desde los círculos del día,
regir el mundo una embriaguez y un llanto.
¡Armonía! Oh profunda, oh abscóndita Armonía!
Y velaré mi arduo pensamiento
sotto il velame degli versi strani,
fastuoso, de pompas seculares:
perfecta en sí la estrofa del lamento
y a impulso de los ritmos estelares.
Columpia el mar su cauda nacarina,
e imbuida en la clámide del río
pasa en la bruma fúlgida la carne de la ondina.
Grana el campo nutricio, fluyen mieles,
una deidad inflama las horas con su llama
y loa el día azul un coro de donceles.
Romero: ¿no rebosa el corazón
por la noche de sombras evocadas,
por la tierra de arrugas trabajadas,
del Tiempo y el Espacio la multiple emoción?
Brilla en las lejanías invioladas
vaga ciudad, el viento da en los juncos,
los juncos gimen bajo el viento rudo...
Romero, que se vierta el corazón!
Y la ternura y la tristeza mía
canten en el crepúsculo: ¡Armonía!
Yo, Rey del reino estéril de las lágrimas,
yo, Rey del reino vacuo de las rimas,
con mis canciones ebrias
que un son nocturno hechiza
y con mis voces pávidas,
anuncio las cavernas del Enigma.
En mis siete dolores primarios se resume,
como en alejandrino paradigma,
la escala del dolor que el mal asume.
Tenebrosa, recóndita Armonía...
Mi numen, fuerte, no es aquel tan puro
como el cerrado corazón de un monte;
pero sobre sus ruinas de inocencias
haré brillar, ebrio del dolor puro,
una gota de luz del corazón del monte.
II
En libre vuelo, el cielo de mi América
hender he visto un cóndor negro, errante.
¿Qué abismo circunscribe? ¿Qué intacta nieve augura?
Por las arterias de los ciervos montesinos
discurre para el cóndor la sangre enardecida,
bajo las pieles lúcidas, entre las carnes bellas.
¡La presa viva!, ¡el pico ensangrentado!,
¡el ala pronta!, ¡el ímpetu del vuelo!
y un delirar de cumbres y centellas.
Así mi impulso al aura de la vida,
y así mi Musa en su ilusión liviana
de que brote la carne un lirio místico.
Bestia de los demonios poseída,
¡oh carne, es hora ya del don eucarístico!
Cintila el cielo en gajos de luceros,
y querubes de vuelos melodiosos
revuelan de luceros a luceros.
Tengo la sensación de que discurro
delante de los pórticos sagrados:
alguien dice mi nombre a la distancia;
brotan dulces jardines los collados
y asume mi ternura en su fragancia.
Claridad estelar, templo encendido,
rima errante por noches de pavura,
huerto a la luz de Vésper. En olvido
mi sér se muere, mi canción no dura,
¿y fui no más un lúgubre alarido?
Carne, bestia, mi Amiga y mi Enemiga:
yo soy tú, que por leyes ominosas,
cual vano mimbre que meció una espiga
te haces nada en el polvo de las cosas...
¿Y la divina Psiquis, la Rosa entre las rosas?
¿Y mis amores que irisé de lágrimas?
¿Y mi ciudad nebúlea tras la ilusión del día?
¿Y mis antorchas que erigí de emblema?
¿Y esta inquietud, y éste impetu anhelante
hacia una ley o una verdad suprema?
Pesa sobre tus pétalos, oh Rosa
Espiritual! tan lóbrega y cerrada
la noche, tan vacía y rencorosa,
que en vano el brillo de tu broche efunde.
Amor. Deleite. Horror. Pavesas. Nada.
¡Nada, nada por siempre! Y merecía
mi Alma, por los dioses engañada,
la Verdad, y la ley y la Armonía.
¡Sé digna de este horror y de esta nada,
y activa y valerosa, ¡oh alma mía!
III
domingo, agosto 01, 2010
X - 504 (1932 - ) Colombiano
Jaime Jaramillo Escobar
(Pueblorrico, Antioquia, Colombia, 1932)
De: Los poemas de la ofensa
Primer Premio Concurso nadaismo de poesía 1967
Conversación con W. W.
"El sapo es una obra maestra de Dios"
Walt Whitman
Walt Whitman
Viejo, no te burles,
que Dios hizo lo que pudo.
Además, el sapo no es la medida de Dios, evidentemente, pues el elefante es un monstruo más grande, con su larga nariz,
y el hombre un monstruo todavía más grande, portador a dos manos de su alto falo,
de cuya punta beben las jirafas del crimen, y quien, no contento con su estatura,
ha levantado estatuas suyas gigantescas sobre altísimos pedestales,
pero entonces se han levantado también estatuas de Dios igualmente altas y arrogantes,
ya que El no quiere ser menos que el hombre.
¿Y has visto en cambio a los sapos u otros animales levantándose a sí mismos monumento alguno o siquiera una tumba?
Sólo tienen estatuas los animales que el hombre ha tomado por compañeros, como el caballo,
y eso porque aparece montado encima de él para hacer más alto su pedestal;
y el perro por la comprensión sexual que hay entre los tres: Dios, perro y hombre.
Y las figuras de águilas y de leones porque el hombre siempre ha aspirado a ser un animal feroz y de rapiña;
eso, claro, lo sabemos,
pero la hormiga no reconocería un monumento a su laboriosidad,
ni la abeja un monumento a la hormiga,
y menos la rana: no la nombres,
la pobre rana que se pasa gritando en las lagunas para decir que está allí,
igual que tú,
y que Dios, que es el que más grita.
Pobrecito Dios; ¡y tú burlándote!
Si creó a los poetas, ¿por qué no podía crear también a la rana?
¿No creó a la tortuga?
¿Y al armadillo que es una tortuga torturada?
¿Es que Dios no creó sino sólo monstruos?
¿Y qué otra cosa podía hacer?
Dices que tu amante no es un monstruo, pero yo le veo diez uñas afiladas,
y un pene como una sanguijuela pegado a ti toda la noche;
no charles, Walt,
tómate esa cerveza sin mojarte la barba,
viejo marrullero,
andando empeloto por las calles de Manhattan delante de los aprendices
durante un sueño que tuviste una noche cuando te acostaste un poco ebrio.
¿Conque la rana es una obra maestra de Dios, no?
¡Entonces yo también!
Y si yo soy una obra maestra de Dios entonces Dios tiene que ser muy pequeño,
un artista muy malo, francamente.
domingo, junio 27, 2010
Néstor Perlongher 1949 - 1992 Argentino
De:
Austria-Hungria
Buenos Aires, 1980
La murga, los polacos
Es una murga, marcha en la noche de Varsovia, hace milagros
con las máscaras, confunde
a un público polaco
Los estudiantes de Cracovia miran desconcertados:
nunca han visto
nada igual en sus libros
No es carnaval, no es sábado
no es una murga, no se marcha, nadie ve
no hay niebla, es una murga
son serpentinas, es papel picado, el éter frío
como la nieve de una calle de una ciudad de una Polonia
que no es
que no es
lo que no es decir que no haya sido, o aún
que ya no sea, o incluso no esté siendo en este instante
Varsovia con sus murgas, sus disfraces
sus arquelines y osos carolina
con su célebre paz - hablamos de la misma
la que reina
recostada en el Vístula
el proceloso río donde cae
la murga con sus pitos, sus colores, sus chachachás carnosos
produciendo en las aguas erizadas un ruido a salpicón
que nadie atiende
puesto que no hay tal murga, y aunque hubiérala
no estaría en Varsovia, y eso todos
los polacos lo saben
El Lugar
Y si la plebe se alza, si los bufones andan solemnes como gatos,
si los bardos se liman las narices, los bordes de las uñas,
las pestañas, y no escriben pavadas; y si las trapecistas
se toman tan en serio su papel que ya no mueren
en cada salto ya no mueren
caen muy de pie, prolijas, sobre un rectángulo de papel glacé
y el domador las reverencia
y apenas la ècuyère se hace penetrar por los caballos, cada vez
con menor dificultad, con más ungüento
y su aliento de chanchos y magnolias ya no lleva a los dedos
(encremados)
a ese lugar abandonado y sucio donde las telarañas papan
liendres
Mas, si cae una piedra, un monolito, y esa laceración retrasa
el paso del carro del olvido, y por más que ningún trepador
quiera ya uncirla, si al menos se la odia
se pasa por su casa, o por las ruinas de lo que fue su casa,
y se arrojan monedas, o estampillas rasgadas con la imagen
de un héroe aborrecido
y no se la saluda en el mercado, pero sí se comentan los
arañazos de los cuervos, y se grazna
y ella escucha el graznido, y ya no se confunde con un ruego,
y sin embargo acude, como novia de luto
a la manera de un museo, tal vez, se la restaura
De todos modos, si
se reparan las picaduras de viruela y se llenan sus tripas
y se le hace imitar su propia voz
y se le ponen cerca ramilletes de conchas, y se la entrega a un
amo, o a un esclavo, y se deja correr el pus por su cabeza,
y encima se la aplaude, o se la pisa
y vienen las amigas y zurcen en su torno las medias e hilan
cuentas
pudiera ella rodar, quizás, trastabillando, sin esa turbulencia
mas acaso con la misma torpeza de anteayer, su aullido
de coyote acorralado, su desmelenamiento
pudiese retomar las graderías donde antaño medró, sacar brillo
a sus grillos y, halando en las mazmorras, se pudiera
escuchar su aspiración de hembra desordenada, obesa
un zumbido de ratas sobre el papel de armar
rearmando su cogollo
y colocada al menos una hez en el lugar del padre
o un amante en el lugar de la hez
o algunos viejos en la chata donde se lavan los pendejos
O una mancha, en ese lugar, un mantelcito
o un decorado de torta de crema y un teatro de títeres
un número
o si se dejara así, nomás, a la intemperie
pero hubiera un tablado y abanicos y se tomara té
y no se hablara de eso, por precaución
o se lo susurrase, con recelo
diciendo que está ahí, que está al caer,
que ya está por venir, que se hizo tarde
y aunque hubiera pierrots y colombinas, cantaridina, ajenjo
en medio de esa fiesta de glorietas, no sé, de invernaderos
es evidente que ella no estaría, ahí, en ese lugar, que no
habría nadie, que nadie sabe nada, que no existe
Suscribirse a:
Entradas (Atom)